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Hola buzos,
El frió invierno nos llevó por fin a tierras cálidas. Como nómadas subacuáticos nos desplazamos al otro lado del mundo en busca de la dosis correspondiente de nitrógeno.
El agüita nos estaba esperando a 30 grados en superficie y una termoclina de 28 graditos. La visibilidad de unos 35 a 20 metros más o menos. El mar en calma, el cielo lleno de estrellas y la luna cuando aparece se puede hasta leer un libro de lo iluminado que deja este techo que nos sirve de televisión de plasma donde las estrellas nos hipnotizan rompiendo esa atmósfera que se crea con el va-y-ven del barco. El acordeón del capitán se oye en la lejanía. La sombra que tenemos detrás es la de la isla que nos da refugio. El ruido de las bestias de la jungla entra en nuestros camarotes. Estamos en las islas Similan en Tailandia, un año más en busca de la manta, el tiburón ballena y miles de otros pececillos y demás bichos.

Son las 7:00 y recibo una llamada. El Sombom número tres necesita un buzo, termina de dejarlos tirado otro Divemaster y en menos de una hora tengo que estar operativo para revista en el puerto. Antes debo cruzar un tramo de jungla con sus curvas con mi vespino y una caja de esas de buceo, que parecen el ataúd del Torre bruno. Los tailandeses flipan cuando me ven pasar y eso que aquí puedes ver un elefante en un camión, parezco a Mister Been subacuático.
Cafetito correspondiente (si no soy un peligro) y en menos de 38 minutos estoy en el puerto listo para revista.
4 rusos me han tocado, pa flipar. A esta gente en su país pagan el avanzado con 50 euros y no se meten ni en el agua. Bueno, no pasa nada, los tanteo y a ver que pasa. Como siempre ni jota de inglés, lo mismo que nuestra generación, el inglés brilla por su ausencia. Equipados y al agua. Cuando no he bajado ni 8 metros tengo a 2 buzos a 20 metros. No sé ni como han podido compensar. El fondo los para. La humareda que levantan asfixia a 200 metros a la redonda a todo bicho viviente. Ha sido como la bomba de Hiroshima. El otro, gracias a dios corrige la trayectoria no cayendo encima de su compatriota, pero no evita el impacto contra un coral. Increíble el primer buceo y ya me hierve la sangre, han conseguido perturbar mi nirvana. De golpe y porrazo, cuando parecía que habían controlado la situación, uno de ellos, después de haberle dicho 50 veces que si estaba bien, con la señal de OK sale disparado hacia la superficie, a una felicidad que ni el mismísimo Fernando Alonso lo hubiera alcanzado. Por un momento pensé que el ruso se iba hinchando según ascendía, pero esa cara hinchadísima ya la traía así de su país, pero no pasa na.
Suspendo el buceo y comienzo el ascenso en busca del buzo boyado. Los compañeros por un momento me llegaron a sorprender, parece que me hacen caso a la señal de ascenso, eso si, hasta que aparece un puñetero pez globo y disparados como si vinieran con el Spuknic instalado de serie salen echando chispas alcanzando otra vez los 25 metros de profundidad. Por un momento flipo, después cuando empiezo a analizar sigo flipando, de un golpe de sonajero he intentado imitar la cara del Putin. Les clavo los ojos y con mi dedo recto como el de la estatua de colón en Barcelona le digo que ascendemos. Una vez en superficie, después de la parada de seguridad estilo yoyo, muy recomendada para los suicidas y demás psicópatas, el barco viene a recogernos. Es el más grande del mar de Andaman y parece un monstruo cuando te viene a recoger. La recogida es sistema aspiradora, cuando se acerca la mole de barco, te pones al lado y al llegar el final la fuerza del barco te chupa y te pone en la escalera. Es una puñetera máquina de buceos. Son 60 buceadores los que facturan 4 buceos por persona, una verdadera locura. Los rusos, como debajo del agua, no me hacen ni chispita de caso. Les pego 4 gritos para avisar de que viene el barco y celebrando la perestroica, siguen a su royo, sin máscara, ni regulador, ni na de na. La chupada del barco es tan bestia que uno de los buzos casi aspira una rémora que pasaba por ahí, otro se mete debajo de la escalera y por un momento temí por su vida, una verdadera locura. Una vez a salvo en la cubierta del barco y tambaleándose de lado a lado, esta vez no por el vodka, eso será por la noche, sino el tambaleo provocado por el oleaje abre el camino de aquellas moles enfundadas en neopreno, soltando leches a todo el que se encuentra en su perímetro. Uno de ellos queda completamente enredado en los trajes que cuelgan secándose y completamente desorientado, después del enredo, vuelve otra vez por donde ha venido, parece que no lleva bien lo de la orientación, ni en el barco. ¡Qué día de trabajo en el paraíso!

La noche llega y después de la nocturna el vodka corre a raudales. El inglés es fluido sobretodo para los rusos que se ponen tiernos de chupitos. La cubierta me parece un cuento, todo lleno de personajes. En un mismo espacio tenemos a japoneses, rusos, americanos, alemanes, italianos, tailandeses, el buen rollo reina en el ambiente. En un momento, con mi inglés de barrio, les pongo al corriente del estado de nuestra mediterránea y del pasotismo de la administración en proteger el ecosistema. Los rusos, por un momento me dan miedo, se solidarizan y comienza el cachondeo con los kalafnicovs M16, no sé qué más armamento. Enseguida mi rollo pacifista les hace mirar alrededor y les hago pensar sobre la gente que tenemos alrededor. Antes nos atacábamos unos a otros y ahora con una pasión que compartimos todos vemos el estado de nuestra mar y podemos decírselo a los que no lo ven, para que de una vez por todas nuestros líderes se quiten la venda de los ojos y le vean el futuro al medio ambiente: a nuestra Madre Naturaleza.

Aquí también hacen de las suyas. Los pescadores furtivos en verano, como la reserva está cerrada, entran en sus aguas y calan todo tipo de artes de pesca. Encuentro redes, sedales, porquería de toda clase, es una pena. Puedes ver una mesa de coral que puede tener 1000 años de vida como una ancla la puso del revés matándola en pocos días, queda un esqueleto tan feo y sucio, me da tanta pena.

El capitán de uno de los barcos que trabaja en la zona, después de ser increpado por la gente, se animó a decir algo en tailandés a los pescadores que se encontraba faenando al costado del barco de buceo, en el parque nacional de las islas Similand. Al capitán, unos días después por la noche, dos señores le pedían explicaciones después de golpear su puerta insistentemente de una forma intimidatoria. O sea que hay mucho que hacer en este país también, recoger mucha mierda y a cerrar la boquita, o no……

6:30h, me he quedado dormido. De un salto salgo de la litera. En un abrir y cerrar de ojos me pongo el bañador. El despertador no me sonó. La gente ya está casi equipada y yo no me tomé mi café correspondiente. Eso significa que soy un peligro en potencia. Me pongo el equipo y busco a mis buzos en medio de la rampa de salto. No me acuerdo ni de sus caras. Está todo lleno de rusos y llevan los mofletes y la nariz muy roja. No los encuentro. Me estoy volviendo loco, ¡¿y mi café?!. Que alguien me saque de este sueño. Joder, ¿donde estamos?, ¿Qué inmersión tenemos que hacer? No he visto el briefing. Me toca saltar. Solo queda mi grupo en el barco. Los rusos no se han enterado de nada. Dios mío, que me parta un rayo. Salto y ya estoy en el agua. Qué gustazo el agua a 30 grados. Miro para abajo y reconozco el buceo. Mi eco-sonar se pone en contacto. Asombrosamente, los rusos reaccionan bien. Dentro de lo que cabe el descenso es suave. El nitrógeno que me estoy desayunando me hace levitar en un trance subacuático. La suave corriente la manejo con mis aletas, no hace falta mover un músculo, estoy en el vientre materno de la madre naturaleza, en el plasma salino que todo envuelve. El pelotazo del nitrógeno lo empiezo a sentir en 25 metros, o sea que reculamos y nos mantenemos a menos profundidad: tiburón leopardo, una tortuga y ese azul limpio cristalino. De repente, en el azul, aparece Dani, ya sabéis aquel divemaster rasta que tiene el corazón más grande que un melón y me da los buenos días. Con unas señas me pregunta:
– “¿Dónde te habías metido?, pensaba que estabas en el baño. “
– “Luego te cuento.”

La inmersión continúa sin alteración hasta que los rusos justo en la parada de seguridad, a 5 metros, en un amago de hospitalidad, empiezan a obsequiarme con sus bailes tradicionales de la antigua unión soviética: El baile del yoyo. Sube y baja, una y otra vez. Contorsiones espasmódicas en un intento fallido de controlar la flotabilidad. Aunque les quiera ayudar no puedo y, además, si lo hago me suben para arriba. Yo soy un Chihuahua al lado de ellos. Una vez en superficie, la zodiac viene esta vez a recogernos, nos tiran un cabo por proa y nos arrastran hasta el barco. El ruso que casi se come la rémora succionado por el barco, pasa de ponerse el regulador y poco a poco se va tragando unos sorbitos de agua que le hacen dar unas arcaditas después de la tos. Aunque le insisto que se ponga el regulador el ruso pasa completamente de mi y me demuestra como se descongestionan los senos y el duodeno al mismo tiempo. Alucinante y todo esto made in Rusia.

Buen buceo buzos.
Fran

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